“Definimos la felicidad como un estado donde las necesidades esenciales estén resueltas y donde el hombre y la mujer, en plena libertad, pueden escoger y tener la oportunidad de utilizar al máximo sus capacidades innatas y adquiridas en beneficio propio y de la sociedad.”
El país de las mujeres, Gioconda Belli.
La cita que encabeza este post no está muy alejada de la definición de bienestar inclusivo y sostenible que nació de un proceso de reflexión llevado a cabo entre Orkestra y varias universidades de la red AUSJAL. La definición, que se recoge en uno de los cuadernos Orkestra, es algo más compleja y dice así: “El bienestar inclusivo y sostenible es el resultado de un proceso sistémico y dinámico por el que todas las personas que conforman una sociedad tienen cubiertas de forma integral sus necesidades humanas y pueden desarrollar plenamente su potencial como personas, construyendo colaborativamente entre todos los actores de su comunidad el futuro que desean para su territorio, de manera sostenible en el tiempo y solidaria con el resto de los habitantes del planeta.”
Llamémoslo, por tanto, felicidad o llamémoslo bienestar inclusivo y sostenible, pero en ambos casos se destaca que, para alcanzar ese estado, las necesidades humanas esenciales tienen que estar cubiertas y que las personas tienen que poder desarrollar sus capacidades en plenitud. Eso es algo sobre lo que quisimos indagar en el Informe de Competitividad del País Vasco 2024, que llevaba por título “La inclusión, motor de competitividad y bienestar” y donde analizamos las diferencias que existían por género, edad y lugar de origen en dos ámbitos de la inclusión. Por un lado, el acceso a los resultados de bienestar, es decir, tener las necesidades cubiertas y, por otro, la participación, a través del desarrollo y uso de capacidades para contribuir activamente en la construcción de esos resultados. En este post mostramos algunas de las conclusiones que obtuvimos con respecto a las diferencias entre hombres y mujeres.
Mayor dificultad de acceso al bienestar de las mujeres debido a que encabezan más hogares afectados por la pobreza y presentan una precariedad laboral más elevada que los hombres
A pesar de que en el País Vasco los niveles de pobreza y exclusión social son más bajos que en otros territorios, existe una diferencia más que significativa cuando se considera el sexo de la persona de referencia en el hogar; en 2022, el 2,9 % de los hogares cuya persona de referencia es un hombre están afectados por la pobreza, pero ese porcentaje se eleva al 5,5 % si es una mujer. Esta situación está relacionada con diferencias en la precariedad laboral, que se van reduciendo con la edad, pero que es superior en el caso de las mujeres que en el de los hombres en todos los tramos de edad. Así, en 2023 el 86,2 % de las mujeres y el 69,9 % de los hombres con edades comprendidas entre 15 y 24 años declaraban sufrir precariedad laboral, frente a un 27,3 % de mujeres y un 22,5 % de hombres entre 45 y 64 años.
Esto también tiene implicaciones para la brecha salarial de género, que existe desde la edad más joven y aumenta de manera progresiva con la edad, hasta los 39 años; se estabiliza entre las personas de cuarenta años y vuelve a incrementarse, primero de manera sustancial entre las personas de 50-54 años y, más paulatinamente, a partir de dicha edad. Las brechas de género son especialmente elevadas en las ocupaciones de baja cualificación, posiblemente porque en el caso de los hombres incluye peones de la industria y en el de las mujeres hay un alto porcentaje de empleadas domésticas con condiciones salariales mucho más bajas.
Las mujeres participan en menor medida que los hombres en el mercado laboral y sus condiciones laborales suelen ser peores
Y es que las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto al acceso a las condiciones materiales del bienestar se explican en gran parte por su diferente participación en el mercado laboral. Por un lado, la tasa de actividad femenina es inferior a la masculina porque sus roles tradicionales de cuidadoras las mantienen fuera del mercado laboral y, por otro lado, cuando consiguen un trabajo, sus condiciones laborales tienden a ser peores, en parte porque trabajan en mayor medida en sectores con condiciones laborales más precarias y en parte porque tienen ocupaciones con menor nivel de cualificación, siendo especialmente difícil que lleguen a puestos de dirección: según un informe de la Asociación de Empresarias y Directivas de Bizkaia, las mujeres solo ocupan un 22% del total de cargos en los Consejos de Administración de las empresas vascas.
Además, como ya se destacó en un post en el que hablábamos de las condiciones laborales de las mujeres y su rol en la economía de lo fundamental, las mujeres tienen más contratos temporales (o fijos discontinuos) y trabajan menos horas debido tanto a la parcialidad no deseada (querrían trabajar más horas pero no encuentran empleos en los que hacerlo) o porque reducen su jornada en mucha mayor medida que los hombres para dedicarse a tareas de cuidados, lo que va a tener implicaciones tanto para sus ingresos presentes como futuros.
Las diferencias educativas explican en parte las diferencias laborales, pero son los roles tradicionales de cuidados los que condicionan tanto las diferencias laborales como las desigualdades de bienestar
Las diferencias en el tipo de empleo al que acceden mujeres y hombres están en parte ligadas al tipo formación con el que cuentan, pero no directamente al nivel de formación, ya que el porcentaje de mujeres con formación universitaria es superior al de los hombres y, además, participan en mayor medida que ellos en actividades de formación permanente. Sin embargo, sigue habiendo diferencias en cuanto a las áreas de formación. En el curso 2022/2023 solo el 34% del alumnado de estudios de grado STEM universitarios eran mujereres y el porcentaje era aún inferior (un 11%) en el caso de familias profesionales STEM en la Formación Profesional. Además, los puestos de trabajo no siempre se corresponden con el nivel formativo con el que cuentan las personas y la sobrecualificación parece afectar en mayor medida a las mujeres que a los hombres, ya que el 16,4% de las mujeres ocupadas encuestadas en la Encuesta sobre la conciliación de la vida laboral, familiar y personal declaraban estar sobrecualificadas para su puesto frente al 11,8% de los hombres.
Son también las diferencias en el reparto de las tareas de cuidados las que explican en gran medida la desigual participación en la construcción social y en el acceso bienestar no solo material sino más general de satisfacción con la vida o en esa felicidad que mencionamos previamente. Esto es algo que ya recalcábamos en un post anterior, subrayando que incluso en sociedades consideradas avanzadas como la sueca la tareas domésticas y de cuidado recaían en las mujeres.
Esta realidad sigue vigente en nuestro territorio, ya que en 2023 las mujeres ocupadas dedicaban 4,7 horas diarias a actividades de cuidados de hijas/os menores y los hombres 3,6 horas. También se detecta una diferencia en el grado de satisfacción con las tareas que realizan los cónyuges: los hombres (con una valoración de 7,6 sobre la 10) están más satisfechos que las mujeres (6,2). Posiblemente como consecuencia de esa disparidad en la dedicación a tareas de cuidado y del hogar, la satisfacción de las mujeres con el tiempo que dedican a su vida personal (5,6) es inferior a la de los hombres (6,1).
Es necesario reconocer el valor intrínseco de las mujeres para crear un bienestar más inclusivo que redunde tanto en su bienestar personal como en el conjunto de la sociedad vasca
Resaltamos que para crear un bienestar más inclusivo es importante el empoderamiento de las mujeres para que, primero, puedan elegir las capacidades que quieran adquirir, lo que se traduzca en un desarrollo profesional que genere así valor en la sociedad, segundo, se comparta la responsabilidad de forma equitativa del trabajo doméstico y del cuidado que permita a las mujeres participar en el mercado laboral formal y dedicar su tiempo a generar ingresos, y tercero, mejore su satisfacción con el tiempo dedicado a sí mismas. Para ello es importante reconocer el valor intrínseco de las mujeres y reconocer que, mejorando su participación, aumentará no solo su bienestar sino también el de los hombres, así como plasmar en cifras el costo que supone la discriminación femenina para la sociedad vasca. Quizá así nos acerquemos más a la felicidad que describe Gioconda Belli.

Susana Franco
Susana Franco es investigadora sénior de Orkestra, Doctora en Económicas por la Universidad de Nottingham y trabaja en Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad como investigadora desde 2010. Sus principales actividades y responsabilidades incluyen llevar a cabo investigaciones de carácter cuantitativo y cualitativo, así como coordinar y desarrollar proyectos sobre clústeres, competitividad, desarrollo regional y bienestar; publicar los resultados de las investigaciones en revistas académicas internacionales, libros e informes; interactuar con distintos agentes regionales e internacionales; contribuir a la formación en el campo de la competitividad; y supervisar a estudiantes de doctorado

Mercedes Oleaga
Mercedes Oleaga, técnica sénior de Orkestra, es Licenciada en Sociología y cuenta con un Diploma de Estudios Avanzados en Economía Internacional y Desarrollo y un Postgrado en Investigación Social Aplicada, todo ello por la Universidad del País Vasco.