El informe Draghi de competitividad (véase resumen aquí) es un buen y completo análisis de la competitividad europea realizado desde una óptica tradicional. Es propio de una aproximación tradicional a la competitividad considerar, primero, que el objetivo último que persigue la competitividad es el crecimiento económico. Segundo, que las dimensiones sociales y medioambientales se subordinan a la económica; e, incluso, que el crecimiento económico es necesario para avanzar en aquellas. Tercero, en consonancia con ello, los indicadores últimos de competitividad serían el PIB per cápita y la productividad. Cuarto, la base de la productividad es la innovación tecnológica, basada fundamentalmente en la I+D; y el avance tecnológico se considera bueno en sí y de naturaleza neutral. Quinto, el modelo de referencia en competitividad es EE.UU. Sexto, los análisis y las recomendaciones de competitividad se hacen por técnicos o consultores y responden a una lógica top-down. Séptimo, especialmente en sus inicios, los análisis de competitividad se centran en los países, ignorando la realidad subnacional.
Frente a esa concepción tradicional, propia del siglo XX, que impregna plenamente el informe Draghi, han ido desarrollándose aproximaciones más avanzadas de competitividad (véanse, por ejemplo, la de ESIR o la propia de Orkestra). En estos nuevos modelos avanzados de competitividad el objetivo que esta persigue es el bienestar (o el desarrollo sostenible), y las tres dimensiones (la económica, la social y la medioambiental) son fundamentales, de manera que no deben superarse ciertos límites planetarios ni quedar por debajo de ciertos umbrales sociales. El crecimiento económico solo es un medio, no un fin, y, además, no es siempre imprescindible para mejorar el nivel de bienestar. El PIB y la productividad no miden siempre correctamente el bienestar, porque incluyen cosas que no son buenas para este (p.e. el gasto ligado a guerras) o no contabilizan cosas importantes para él (p.e. los cuidados no mercantiles). Además, los modelos avanzados de competitividad consideran que tan importantes como la innovación tecnológica, hay otros tipos de innovación (organizativa, comercial, institucional o social) y que no toda tecnología o innovación es buena en sí, y que la tecnología no es neutral y tiene sesgos (p.e. medioambientales o sociales). Por otra parte, considera que no hay un único modelo de competitividad: el modelo americano ha posibilitado un alto nivel de renta per cápita, pero también lo ha hecho el modelo nórdico europeo. En este nuevo enfoque, los análisis y recomendaciones de competitividad deben surgir como resultados de procesos participativos, combinando enfoques top-down y bottom-up; y plantearse para múltiples niveles (local, regional, estatal, europeo…) y actores.
Muchas de las debilidades del modelo europeo que subraya el informe Draghi suenan a un déja vu: el gap de innovación de la UE respecto a EE.UU., su dependencia geopolítica, la insuficiente integración en la UE… Eso sí, ahora se presentan juntas, como componentes de un problema existencial y de vida o muerte, apoyados por el prestigio o reconocimiento alcanzado por Draghi y el apoyo de la presidenta de la Comisión Europea. Es más, aunque el informe responde a un modelo tradicional de competitividad que ignora factores clave para el bienestar o el desarrollo sostenible, sí que plantea algunas positivas transformaciones, que permiten romper con el status-quo que ha llevado a la UE a esta situación de desventaja. En particular, el informe Draghi debe ser bienvenido:
- por cuestionar la ortodoxia de la austeridad (al proponer un plan de inversiones que suponga, anualmente, un 5% del PIB),
- por plantear la necesidad de que la UE impulse estrategias de intervención y una nueva política industrial (que combine los típicos instrumentos de la política industrial, con los de las políticas de competencia, de comercio e inversión internacional y de regulación),
- por propugnar el reforzamiento de la integración de la UE, tanto de sus mercados (culminando el mercado único interior, impulsando un mercado europeo de capitales…) como de su gobernanza y políticas (más presupuesto comunitario, cambio en la reglas de decisión…).
Ciertamente, junto a esas contribuciones, que cabría aplaudir y apoyar, hay otras series de aspectos que serían más cuestionables (p.e. la composición que maneja para esa gran inversión, buena parte de la cual se destinaría a aumentar el gasto militar de defensa).
El informe Draghi ha generado reacciones dispares. Los economistas y políticos neoliberales (mayoritarios, por ejemplo, en Alemania) se han posicionado en su mayor parte en contra, por considerar que el enorme plan de inversión dará lugar a más intervencionismo, que la UE no tiene capacidad de gastar eficientemente tal magnitud, que requerirá emitir deuda pública comunitario a niveles insostenible y que acarreará inflación. También son contrarios a relajar la política de competencia o impulsar nuevas políticas industriales tendentes a crear campeones nacionales. Aunque sí aplauden las reducciones de cargas burocráticas y regulatorias que aparecen propuestas en el informe.
Los movimientos ecologistas y sociales se han posicionado mayormente en contra, por no recoger apropiadamente los aspectos sociales y medioambientales propios de un modelo avanzado de competitividad y proponer solo medidas para mejora de la eficiencia, olvidándose de las que afectan a la suficiencia. Además, temen que la flexibilidad en la regulación y política de competencia, y la concentración y apoyo a grandes corporaciones que propugna el informe vayan en contra de los consumidores, los trabajadores y las pymes. Son contrarios, asimismo, al aumento del gasto en defensa planteado y temen que las nuevas inversiones que plantea el informe lo sean a costa de las políticas regionales de cohesión, de la PAC y de la protección social. No obstante, sí aplauden que se aumente la inversión (p.e. en descarbonización de la economía) y que se plantee una competitividad no basada en bajos salarios.
Hay bastantes analistas que, aunque partidarios de bastantes de las propuestas clave del informe, las ven irrealizables en el momento actual. Piensan que Alemania y otros frugales no aceptarán la emisión común de deuda o financiar una inversión comunitaria de tal magnitud; que muchas de las políticas requieren en última instancia cambios en los Tratados de la UE que no son posibles; que a pesar de los intentos del informe de crear un clima de urgencia, la economía europea no vive una crisis real como la que se vivió en 2012 o con la Covid; que la subida de la extrema derecha y los populismos nacionales es contraria al fortalecimiento de la integración europea; que en los países centrales de la UE no hay líderes (como pudo ser Merkel) que, acertadamente o no, sean capaces de pilotar las transformaciones…
En suma, en mi opinión, el Informe Draghi queda lejos de lo que debería plantearse para afrontar realmente los desafíos que afrontamos en materia de medioambiente, desigualdades, pérdida de peso en el contexto internacional… Pero algunas de las transformaciones que plantea son compatibles con las que serían necesarias para avanzar en esa línea. Ante ello, en lugar de rechazar el informe por lo que le falta (lo que no haría más que reforzar a las fuerzas del status-quo que nos ha llevado a esta negativa situación), tratemos de apoyar lo que de positivo plantea el informe. Aunque el impacto positivo de lo que he denominado una aproximación tradicional a la competitividad es menor que el de un modelo avanzado de competitividad, no cabe negar que todavía resulta peor no tener ningún enfoque o modelo de competitividad y seguir como hasta ahora se ha seguido.
La persona interesada en algunas otras valoraciones críticas del Informe Draghi puede consultar, además de los otros dos post de Orkestra sobre este tema (véanse Kamp y Gaztañaga), los post de Hickel, Piketty, Banchard y Ubide, Orange, von Thun y Cafarra.