Introducción
El informe Draghi ha generado un intenso debate sobre los desafíos que se enfrenta la Unión Europea (UE) y las respuestas adecuadas que debe adoptar. El informe se enfoca en aspectos fundamentales para la UE, como la productividad, la innovación, la energía, la defensa o las regulaciones. Sin embargo, para comprender plenamente estos retos y formular estrategias efectivas, es esencial considerar el contexto geopolítico e histórico en el que la Unión se ha desarrollado en las últimas tres décadas. La reflexión sobre la magnitud de los cambios ocurridos nos invita a reevaluar las posibilidades futuras de la Unión y a ajustar nuestras expectativas y enfoques en función de esta nueva realidad.
El contexto del éxito europeo (1989-2008)
La creación y consolidación de la UE se desarrollaron en un contexto histórico y geoeconómico favorable. En sus etapas iniciales, los países de la OCDE representaban alrededor del 70% del PIB global, lo que concentraba la riqueza mundial en el Atlántico y restringía la competencia de economías emergentes. En este entorno, las empresas europeas alcanzaron una posición destacada en sectores estratégicos como la automoción, las telecomunicaciones, la industria médica y la aeronáutica. Por otro lado, la apertura económica de China a partir de los años ochenta, especialmente tras su ingreso en la Organización Mundial del Comercio en 2001, propició una significativa reducción de los costos de producción y permitió la absorción de grandes volúmenes de exportaciones europeas, dinamizando así la economía del continente.
Eventos históricos como la caída del Muro de Berlín (1989), la reunificación alemana (1990) y la disolución de la URSS (1991) facilitaron la creación de un estado alemán de 80 millones de personas con una sólida base manufacturera, con la posibilidad de expandir sus cadenas de suministro y mercados hacia Europa del Este. La integración de estos países permitió a las empresas europeas diversificar sus fuentes de producción, expandir mercados y reducir costos, mientras que el incremento de las exportaciones de gas ruso, especialmente a Alemania, proporcionó precios competitivos para el desarrollo industrial. Tampoco hay que obviar que la superioridad militar de Estados Unidos tras la desintegración de la URSS brindó a la UE una garantía de seguridad, permitiéndole destinar menos del 2% de su PIB al gasto militar y priorizar el bienestar social.
El contexto empieza a cambiar: temblores en la Unión Europea (2008-2024)
Sin embargo, en las últimas dos décadas, la UE ha afrontado una serie de desafíos que han empezado a erosionar los fundamentos sobre los que se había asentado. Uno de los factores más significativos ha sido la creciente inestabilidad en Oriente Medio, intensificada por eventos como la Primavera Árabe y la crisis migratoria. En los primeros años de los 2000, la UE estaba rodeada de regímenes autoritarios en el Norte de África y Oriente Medio que, poco a poco, comenzaron a desmoronarse, primero debido a las intervenciones militares de Estados Unidos en Afganistán e Irak, y más tarde con la irrupción de la Primavera Árabe. Estos conflictos favorecieron la consolidación de grupos extremistas como ISIS, y la inestabilidad derivada impulsó un masivo flujo de refugiados hacia Europa, poniendo a prueba la capacidad de respuesta y cohesión de la UE.
La crisis financiera de 2008 tuvo un efecto significativo en la región, dando lugar a una serie de crisis que incluyeron la crisis de la deuda en diversos países europeos y fomentaron un clima de desconfianza hacia las instituciones europeas. La combinación de la crisis económica y la crisis de los refugiados ha favorecido el ascenso del populismo y de movimientos euroescépticos, que han comenzado a desafiar la cohesión de la UE, como se evidenció en eventos tales como el Brexit. A este contexto se sumaron cambios en el panorama tecnológico y la aparición de nuevos sectores liderados por empresas estadounidenses, como Apple y Google, que comenzaron a dominar el mercado digital. Las empresas europeas, que habían gozado de una posición destacada en sectores como las telecomunicaciones, vieron cómo su relevancia se desvanecía a medida que el mundo digital se consolidaba.
La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos marcó un cambio radical en la política del país hacia la globalización y el libre comercio, impulsando a la UE a reconsiderar su dependencia de Estados Unidos en materia de seguridad y defensa. Además, la creciente competencia de China, que se ha consolidado como una superpotencia económica con capacidad para liderar sectores de innovación, ha introducido nuevos desafíos para las empresas europeas. Estas se ven ahora en una posición vulnerable ante el control chino sobre las cadenas de suministro estratégicas, mientras que dependen en gran medida del mercado chino para sus exportaciones. Finalmente, la guerra en Ucrania ha añadido un factor de disrupción, afectando gravemente uno de los pilares del modelo de competitividad europeo, especialmente el alemán, al cortar el acceso al gas ruso de bajo costo.
Repensar la UE: ajuste de las expectativas
En este contexto, en los últimos años, la UE ha atravesado diversas crisis que han puesto a prueba su cohesión y resiliencia. A medida que los cimientos del proyecto europeo muestran signos de desgaste, se vuelve cada vez más evidente la necesidad de replantear su modelo. Informes recientes, como los de Enrico Letta y Mario Draghi, subrayan la urgencia de abordar las carencias estructurales de la UE, comparándola con Estados Unidos en aspectos fundamentales como la productividad, la innovación y el acceso a capital de riesgo.
Si bien estas observaciones son relevantes y resaltan la necesidad de mejorar en áreas clave, es fundamental reconocer que Europa no puede simplemente replicar el modelo estadounidense. La UE se compone de una diversidad compleja de naciones, regiones, culturas y tradiciones que dificultan cualquier intento de unificación profunda, tal como subraya Draghi. Además, la geopolítica europea presenta desafíos específicos: a diferencia de Estados Unidos, que se encuentra en un entorno relativamente estable, la UE está rodeada de zonas marcadas por conflictos armados y crisis humanitarias, exacerbadas por una demografía joven y en crecimiento en África. Estas realidades generan presiones asimétricas en la UE, complicando aún más la posibilidad de avanzar en su integración. Asimismo, factores como la estructura económica europea (véase Kamp), las diferencias en los valores, el envejecimiento de la población y el alto gasto social de los Estados miembros limitan su capacidad para convertirse en un polo de innovación disruptiva equiparable al de Estados Unidos.
En este contexto, Europa debe ajustar sus expectativas y aceptar que no puede simplemente replicar el modelo estadounidense ni aspirar a ocupar el centro del mundo siendo apenas el 7% de la población global. Sin embargo, esta realidad no debe interpretarse como una señal de resignación, sino como una invitación a emprender un ejercicio intelectual más ambicioso y riguroso que alinee las estrategias europeas con las particularidades geopolíticas, sociodemográficas y normativas del continente. Dada la urgencia del momento y la magnitud de los cambios, es de agradecer que el informe Draghi establezca las bases para iniciar este debate crucial.
Mikel Gaztañaga
Mikel es investigador predoctoral en Orkestra en el ámbito del desarrollo territorial. Actualmente cursa el máster de “Relaciones internacionales y diplomacia empresarial” en la Universidad de Deusto. Sus actuales áreas de investigación son la cultura política, el futuro del trabajo, la paradiplomacia y la inteligencia sub-estatal, e integra estas áreas de conocimiento en el contexto de proyectos de investigación-acción para el desarrollo territorial.