Gracias a las reflexiones del equipo investigador de Orkestra en esta serie, estamos viendo que la crisis provocada por la COVID-19 tiene múltiples y complejas implicaciones para la sociedad, las empresas y las instituciones. Lo cierto es que el denominador común que define este episodio de nuestras vidas es lo personal. La incertidumbre sobre la salud y la economía, los proyectos truncados, distancias de pocas calles que ahora parecen infinitas y, sobre todo, la honda tristeza de no poder despedirnos de quienes nos dejan.
Así que voy a abordar este asunto así, desde lo personal. Y me voy a referir a una conversación que tuve el otro día con mi abuela, confinada en su piso de Oviedo, en una de esas llamadas que todos hacemos a familiares para relajar el aislamiento. Me dijo que le había sorprendido saber que en Abándames, su pueblo natal apartado en el extremo oriental de Asturias, no había ni un solo caso del “dichoso” virus. “¿Cómo es posible?” se preguntaba. Algo que ocurre en miles de poblaciones en todo el mundo que permanecen impermeables a la pandemia, protegiendo a muchos de nuestros mayores.
Mundos grandes y pequeños, pero conectados
En contraste con los pequeños núcleos poco poblados y comunicados, las ciudades son entornos especialmente vulnerables en esta crisis debido a la aglomeración y la conectividad, tal como apuntaban en esta misma serie M. Albizu y M. Estensoro hace unos días. Estos dos factores están estrechamente relacionados con la movilidad de personas y mercancías, que en un sentido amplio incluye vehículos, infraestructuras (viarias y energéticas), ordenación del transporte y, cada vez más, tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Pero, ante todo, a las personas.
La ONU estima que la población mundial que vive en ciudades pasará de un 55 % en el año 2018 a un 68 % en 2050. La creciente urbanización, que en un 90 % tendrá lugar en Asia y África, plantea un desafío en relación a las grandes ciudades, su conexión y la gestión de crisis futuras. Por ello, la movilidad se sitúa en el centro de este desafío, ahora y en el largo plazo.
Normalmente, disponer de un amplio sistema de movilidad supone una ventaja competitiva, pero estos días se ha convertido en un facilitador del contagio. La reducción drástica del transporte es uno de los pilares maestros de las políticas de reacción. Y esto obliga a afrontar el dilema de mantener la funcionalidad de un sistema esencial, y a la vez prepararnos para vivir sin ello, pero reduciendo en la medida de lo posible el impacto socioeconómico.
Esto es transversal a ciudades, regiones y Estados. Uno de los ejemplos más ilustrativos es el recorte del tráfico aéreo. Su fuerte caída ejemplifica cómo el transporte se posiciona como uno de los sectores más afectados, y cuya interrupción impacta en las cadenas globales de suministro e incontables actividades económicas. La ausencia de movimiento representa un cuello de botella que contribuye al ciclo de retroalimentación entre shocks económicos de oferta y de demanda que MJ. Aranguren señaló al comienzo de esta serie, e influye de manera importante en el mercado mundial de petróleo (ver el análisis de J. Fernández).
#COVID19 – just 4162 flights on Thursday 16 April in the European network, down 87% on the same day last year. Sad to see but #wewillcomeback #bettertogether @A4Europe @CANSOEurope @Transport_EU @IATA @eraaorg @EBAAorg @ACI_EUROPE @ifatca @IFALPA @ECACceac @eu_cockpit pic.twitter.com/VMUyCAp093
— Eamonn Brennan (@eurocontrolDG) April 18, 2020
Un cambio forzoso de perspectiva
En el plano urbano y empresarial, la necesidad de frenar los desplazamientos y las recomendaciones sanitarias de primar el transporte individual, ponen en jaque a uno de los grandes objetivos de la movilidad sostenible: la priorización de un sistema de transporte público, intermodal y capaz de cubrir una amplia variedad de necesidades y geografías.
Como un fogonazo, en pocos días ha resultado imperativo “individualizar” la movilidad y reducir las tasas de ocupación. Se trata de un shock para los operadores de transporte, especialmente los privados, y que no solo afecta al transporte colectivo, sino a otra de las grandes tendencias de la movilidad: la compartición. Algunas de estas modalidades (carsharing, bikesharing¸ carpooling, etc.), que estaban demostrando cambios sociales y generacionales, y para las que diversas compañías estaban innovando en modelos de negocio, se enfrentan en esta situación a la paradoja de combinar lo social y común con el distanciamiento.
En conjunto, la caída de la actividad del transporte público en España ha sido la más fuerte de entre los países miembros del Foro Internacional del Transporte (ITF), con un descenso del 88% frente a una media del 64%.
Caída de la actividad en los hubs de transporte público de los países miembros del ITF. Fuente: ITF (2020).
La oportunidad está esperando
Esta situación es producto de los shocks actuales y forma parte de la fase de freno a la expansión del virus. Pero en el horizonte tenemos la fase de recuperación y de hacer frente a los efectos socioeconómicos. Y ahí la movilidad no solo tendrá que volver a ocupar el papel habitual, sino que podrá ser un espacio de innovación para mejorar las futuras respuestas.
En primer lugar, porque el concepto de seguridad es cada vez más inherente a una concepción sostenible de la movilidad. La evolución de los vehículos, la seguridad vial, etc. siempre han apuntado en el sentido de evitar los accidentes. Pero la creciente sensorización, la implantación del 5G o el desarrollo del vehículo autónomo aspiran a dar un gran salto en esta materia. Es más, las diferentes tendencias en movilidad sostenible han ido abriendo este concepto hacia otras circunstancias como protección de colectivos vulnerables o integrar la perspectiva de género. Así que, ¿por qué no incluir también la seguridad sanitaria? La Asociación Internacional de Transporte Público (UITP) considera que, para mejorar la efectividad de la planificación pandémica, esta no puede ser un proyecto aislado y debería integrarse en los procedimientos existentes, así como involucrar a las unidades de negocio.
En segundo lugar, la intermodalidad y la innovación en nuevas formas de transporte aportan una flexibilidad con un potencial aún por explorar. Por ejemplo, FREE NOW (el servicio de taxis dentro de la joint venture en la que se integra Car2Go) o Cabify han lanzado un modo “para héroes con bata”, lo que es un ejemplo entre muchos de adaptación del sector. La experiencia adquirida en bikesharing por las ciudades se presenta también como una apuesta para el desconfinamiento progresivo.
Ejemplo de modalidad de transporte con conductor para “héroes con bata” (servicio gratuito, el precio de 1€ es debido a requerimientos técnicos de la app). Fuente: Jaime Rodríguez de Santiago.
La adaptación de las capacidades del transporte y el uso de formas innovadoras están entre las medidas que el ITF contempla para mantener una movilidad lo más efectiva posible, lo que en futuros episodios podría incluir vehículos autónomos para facilitar la distancia social o ampliar el uso actual de los drones. Pero aprovechar el verdadero potencial de esta versatilidad requerirá aunar todos los elementos de la movilidad; por ejemplo las infraestructuras, como propone la comunidad #InfraestructurasCovid.
Será necesaria una visión multidisciplinar que combine sectores heterogéneos, y para ello la digitalización jugará un rol fundamental. Un ejemplo de este enfoque lo podemos encontrar en el think tank #VEHICLES7YFN, impulsado por AMETIC y que tiende un puente entre Bilbao y Barcelona (pasando por Stuttgart) para crear sinergias entre agentes muy diferentes entre sí.
Esta es una muestra de cómo las capacidades de Euskadi, y de otras economías con fuerte presencia del sector de la automoción, pueden convertir el sector del transporte en un área para el desarrollo de nichos de oportunidad. Así, a través de la innovación y de integrar una perspectiva holística, la movilidad puede contribuir a la diversificación dentro de la base económica de la capacidad de las regiones de renovarse y prevenir nuevas crisis (ver la reflexión de E. Magro).
En definitiva, la movilidad nos rodea y nos une. Esto hace que juegue un papel clave en los desafíos que la COVID-19 dibuja, y se enfrenta a un dilema y un cambio de paradigma. Pero precisamente por ello, existe un gran potencial para que el sector contribuya a mejorar las soluciones de reactivación económica. Especialmente si esto se produce de forma alineada con una recuperación verde, pues es también la ocasión de hacer que la reducción de emisiones que hemos vislumbrado, aunque momentánea, se deba realmente a nuestro esfuerzo y compromiso, como M. Larrea deseaba en este mismo blog. Es una gran oportunidad para abordar entre todos nuestros problemas comunes. Y sí, también para aprender de las enseñanzas que los pequeños pueden aportarnos, como Abándames, y apostar por la cercanía y lo local.
Jaime Menéndez
Jaime se unió en 2015 al Instituto como investigador predoctoral del Lab de Energía, donde ha participado en los proyectos "Transiciones Energéticas e Industriales" y “Tecnología, Transporte y Eficiencia”.