El coronavirus ha sacudido nuestro mundo tal como lo conocíamos. En un corto período de tiempo, nuestra vida diaria ha cambiado drásticamente, con impactos visibles en nuestro bienestar, economía, patrones sociales, medio ambiente e incluso creencias y valores. Las diferentes características de esta crisis en comparación con las anteriores crisis económico-financieras caracterizadas por Aranguren y Navarro requieren una respuesta coordinada y global en la fase actual de emergencia, aunque todavía hay espacio para que las regiones y ciudades (ver también la reflexión de Albizu y Estensoro) adapten algunas medidas a las especificidades territoriales. En ese ámbito, hemos percibido cómo las regiones están contribuyendo con sus propias iniciativas a las respuestas centralizadas nacionales, como las medidas de apoyo de las instituciones vascas a las pymes durante esta fase de resistencia. Estas medidas están dirigidas principalmente a garantizar la supervivencia de las empresas, a tratar de no perder la mayor cantidad de empleos posible, a reforzar el bienestar social y, en resumen, a facilitar una recuperación rápida. Sin embargo, conviene preguntarnos: ¿recuperación hacia dónde? La respuesta no es fácil, pero debe basarse en varios aspectos que hemos identificado a partir del análisis de crisis anteriores y que resumiré en dos: la capacidad de reaccionar y adaptarse; y la capacidad de renovarse y prevenir futuras crisis. Las regiones más resilientes serán las que proporcionen una mejor combinación de estas dos habilidades:
- La capacidad de reaccionar y adaptarse al nuevo contexto: cada crisis se origina por un shock, aunque por supuesto, podemos encontrarnos con diferentes tipos de shocks. Así, podemos diferenciar entre emergencias, como la actual originada por una situación de pandemia, alteraciones macroeconómicas y financieras o cambios estructurales en la economía (por ejemplo, procesos de desindustrialización). La fase de resistencia de una crisis estará condicionada por la escala, la naturaleza y la duración del shock. Como se ha comentado anteriormente, el shock de la COVID-19 es de naturaleza global y sistémica, ya que combina una emergencia de salud con una emergencia económica y las medidas tomadas hasta la fecha centran sus objetivos en acortar la duración del impacto del shock y facilitar una recuperación rápida. Estas medidas son las que necesitan una mayor coordinación y dependen principalmente de las instituciones nacionales y supranacionales.
- La capacidad de renovarse y prevenir nuevas crisis: sin minusvalorar la importancia de las medidas reactivas en la fase de resistencia, esta capacidad también debe reforzarse desde un primer momento. Aquí nos referimos a la capacidad de las regiones para renovarse a partir de una situación de crisis, lo que implica reorganizar las actividades y las relaciones de los actores anteriores a la crisis e incluso reorientarlas, generando nuevas actividades. Los territorios que demuestran esta capacidad mostrarán no solo mayores impactos positivos en el desarrollo y el bienestar regional, sino también una menor vulnerabilidad y exposición a los shocks en crisis futuras. La principal pregunta aquí radica en cómo desarrollar esta capacidad y cómo se puede aplicar a esta crisis específica. Los aprendizajes extraídos de las crisis anteriores nos indican que esta capacidad depende de diferentes mecanismos, entre los cuales podemos destacar dos que se encuentran interconectados: la base económica regional y los diferentes mecanismos institucionales.
Fuente: Adaptado de Evenhuis (2017)
Edurne Magro
Edurne Magro es investigadora sénior en Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad. Es Doctora en Competitividad Empresarial y Desarrollo Económico con mención europea por la Universidad de Deusto, después de haber realizado una estancia en el Manchester Institute of Innovation Research de la Universidad de Manchester (Reino Unido).