Micaela Camacho y Roberto Horta

La creciente globalización e interrelación de los mercados, junto a una acelerada transformación tecnológica, donde la inteligencia artificial, la internet de las cosas y otras tecnologías disruptivas van permeando nuestro diario vivir y van modificando numerosos ámbitos de nuestras sociedades, han puesto de manifiesto una renovada preocupación por los temas relacionados con el desarrollo, dados los numerosos impactos económicos y sociales que todos esos cambios traen aparejados. En definitiva, han impulsado la necesidad de aportar una nueva mirada a la competitividad.

Uruguay, una economía pequeña y abierta, no escapa a esas tendencias y preocupaciones. Pero ¿de qué se habla cuando se habla de competitividad? En general, el término competitividad se utiliza con mucha frecuencia en la vida diaria de las personas y las organizaciones, tanto por la prensa como por los empresarios y otros actores de la sociedad, por lo general, para referirse exclusivamente a fenómenos macroeconómicos relacionados con variables tales como los tipos de cambio, las tasas de interés, la relación precios y costos, o los déficits públicos.  Sin duda, todos estos elementos juegan un papel clave en la competitividad, pero no son sinónimo de ella.

El Instituto de Competitividad de la Universidad Católica del Uruguay ha venido estudiando e investigando esta temática de la competitividad a distintos niveles (nacional, regional y empresarial) desde hace ya varios años, por considerar que su correcto entendimiento, es un tema clave para el desarrollo del país. Los sucesivos Informes de Competitividad elaborados por el Instituto han puesto de relieve que la competitividad es un concepto complejo y que responde a múltiples factores. Es un concepto que ha ido evolucionando en el tiempo, llevando a incorporar a la idea de precios, costos y productividad, aspectos microeconómicos relacionados con la necesidad de profundizar en la innovación, el incremento de valor agregado y el desarrollo de nuevas capacidades, llegando, inclusive, a una noción de competitividad que tiene en cuenta los resultados del proceso competitivo, basada en los conceptos de nivel de vida, bienestar y sustentabilidad.

Dicha evolución del concepto de competitividad pone de relieve dos aspectos íntimamente relacionados: el proceso competitivo y el resultado competitivo. El proceso competitivo, implica cómo el país (o la región) utiliza todos y cada uno de los factores que tiene a su disposición para desempeñarse de forma que le permita obtener resultados finales competitivos o, en otras palabras, el logro de mayores niveles de bienestar para las personas.

La situación económica y social en América Latina no es homogénea, pero todos los países comparten el desafío de aumentar el bienestar de la sociedad en su conjunto. 

La evidencia empírica indica que los países se hacen más competitivos cuando promueven entornos macro y microeconómicos que incentivan la adopción de nuevas capacidades y niveles mayores de innovación, permitiendo así lograr mejoras en la productividad y en la eficiencia de las empresas, y cuando implementan reformas de mediano y largo plazo buscando una mayor calidad en la educación, en la infraestructura, o en las instituciones, por ejemplo, que repercutan, en definitiva en un mayor bienestar para las personas.

Todo ello nos ha llevado a reflexionar que la competitividad implica tomar decisiones en el presente, con la información y la historia del pasado, y con la mirada puesta en el futuro. Esas decisiones implican elegir qué se hace y qué no. Qué se fomenta y qué no, a qué se apuesta y a qué no. Que también implica decidir qué se hace con lo que se obtiene, cómo y a quién se destina, qué parte se reinvierte para el bienestar futuro. Competitividad no implica solo crecer, sino crecer con equidad. Implica aumentar el bienestar del conjunto de la sociedad y eso siempre implica decisiones.

A partir de esas reflexiones, es claro que para que Uruguay sea cada vez más competitivo hay que lograr que las acciones que se implementen en el presente, tanto a nivel de políticas públicas como de las estrategias empresariales, tengan implicancias directas en los resultados futuros, buscando aumentar el bienestar de la sociedad en su conjunto, de forma sostenida en el tiempo. Ese desafío orienta la acción del Instituto de Competitividad que busca realizar aportes transformadores desde la academia que ayuden a una mejor comprensión de uno de los temas que más preocupan a los diferentes actores económicos que, a través de su actividad, inciden en el desempeño competitivo de nuestro país.

Con esa orientación venimos participando del proyecto “La competitividad al servicio del bienestar inclusivo y sostenible” junto a Orkestra y otras universidades latinoamericanas de la Red de AUSJAL, realizando una profunda reflexión sobre qué entendemos por una competitividad al servicio del bienestar inclusivo y sostenible y cómo poder trabajar desde cada universidad para impulsar dicha aproximación a la competitividad.

Consideramos que esos objetivos se constituyen en un aporte clave desde universidades comprometidas con la realidad que existe en nuestros países, sabiendo que la situación económica y social en América Latina no es homogénea. Una de las particularidades de la región es la disparidad existente entre países grandes, medianos y pequeños, entre países con niveles muy diversos de ingresos y con una variedad de problemáticas sociales propias de cada caso, que es necesario tener en cuenta para realizar aportes de valor que ayuden a transformar la realidad en búsqueda del aumento del bienestar de la sociedad en su conjunto, que es el gran desafío compartido por toda la región.

De ahí que comprender la competitividad como un concepto íntimamente relacionado con el bienestar inclusivo y sostenible, y la búsqueda de herramientas que permitan obtener resultados competitivos en esa dirección, se constituyen en objetivos clave para el desarrollo e inserción de nuestras sociedades, en un mundo cada vez más globalizado y tecnificado.

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