La pérdida de vidas humanas y el empeoramiento drástico de las condiciones de la población son, sin duda, las principales y mayores consecuencias de la guerra en Ucrania y de cualquier conflicto armado.

Afirmar esto con rotundidad antes de realizar cualquier tipo de análisis es importante para no perder la perspectiva sobre los efectos de la guerra, tal como hace este estudio de la OCDE al abordar el impacto económico y social de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. El shock generalizado de estos sucesos está resultando especialmente relevante, no solo por las implicaciones traumáticas que de por sí tiene un enfrentamiento armado, sino porque llega justo cuando la pandemia de covid-19 parece remitir y las proyecciones macroeconómicas apuntaban a la recuperación de la economía global. Además, no se trata solo de los efectos socioeconómicos inmediatos, sino del impacto medioambiental de la guerra por la contaminación del agua, el suelo y el aire, con potencial afección a la salud de la población local en el largo plazo.

Dentro de este contexto, la guerra en Ucrania parece haber apuntalado en la opinión pública la relevancia del binomio energía y geopolítica por su capacidad de influir de manera contundente en nuestro bienestar y día a día. Durante el año 2021 la sociedad mundial se vio arrastrada a una crisis energética caracterizada por un abrupto encarecimiento de los combustibles fósiles, cuyos efectos sobre el mercado energético y los consiguientes mecanismos de reacción han sido objeto de acalorados debates en los últimos meses y han dado lugar a una situación compleja que se ha ido abordando en una serie de posts de J. Fernández en #Beyondcompetitiveness.

Ahora, el papel en la crisis del consumo de combustibles fósiles, particularmente los provenientes de Rusia, parece descubrirse como el elefante en la habitación que, de repente, da la sensación de que siempre había estado ahí. Por ejemplo, así se podía hacer referencia desde hace algunos años al gasoducto Nord Stream 2 que se construyó para el suministro directo de gas natural ruso a Alemania y que recientemente ha golpeado la imagen del excanciller alemán Gerhard Schröder por su vinculación con el proyecto, a pesar de su histórico papel con la primera coalición con los Verdes en el Gobierno alemán y su impulso de la transición energética del país (Energiewende).

Una muestra clara de la situación previa a la guerra en Ucrania es que la necesidad de reducir el apoyo a los combustibles fósiles nunca había sido claramente señalada en una cumbre sobre cambio climático hasta la COP26 de Glasgow de 2021. A pesar de la constante llamada a la reducción de las emisiones de estas fuentes de energía (el último informe del IPCC habla de reducir globalmente el consumo de carbón en un 95 %, el petróleo en un 60 % y el gas natural en un 45 % para 2050), uno de los grandes desafíos para el planeta (tanto a nivel medioambiental como geopolítico) es “desenmarañar” los vínculos económicos con dichos combustibles.

the cop26 challenge

Fuente: KAL’s cartoon en The Economist.


Por tanto, hablamos de una crisis energética amplia que se construye sobre factores previos cuyos efectos se han ido precipitando en el tiempo. Con base en complejas raíces históricas, las principales implicaciones geopolíticas y energéticas del conflicto entre Rusia y Ucrania pueden referirse a una cronología que ha evolucionado en los últimos ocho años y que comenzó con las protestas de Maidán de Kiev en 2013. Ya en aquellos años la crisis ucraniana puede encontrarse reflejada en algunos estudios de Orkestra como factor a tener en cuenta en el panorama energético mundial.

Cabe mencionar que, en aquellos momentos, en Europa se estaba desarrollando un debate sobre el posible auge de los recursos no convencionales de gas natural y que llegaba incluso a vincularse a la crisis ucraniana en el Donbass. Ahora, algunos titulares en España y otros países sugieren un interés renovado por este asunto, en gran parte debido a la necesidad de recurrir a nuevas fuentes de suministro de gas natural y que ha generado la “contradicción” de importar gas natural licuado (GNL) obtenido en Estados Unidos mediante técnicas de fractura hidráulica que son impopulares en este lado del Atlántico.

A su vez, esto está relacionado con el desarrollo de recursos domésticos y la diversificación de fuentes de suministro para reducir la dependencia energética. M. Larrea, E. Pelegry y J. Menéndez estudiaron la estrecha vinculación entre seguridad energética y seguridad humana, clave en comprender como las implicaciones energéticas de la guerra en Ucrania impactan en la sociedad y generan nuevos conflictos. De esta manera, podemos alcanzar a entender cómo la reducción de la dependencia energética constituye un pilar fundamental de una transición energética justa.

Y, al igual que la transición energética plantea la importancia del papel del consumidor, también es posible observar a nivel de ciudadanía la relación entre descarbonización, reducción del consumo de la energía que procede del exterior y su contextualización en la guerra de Ucrania en la siguiente infografía de la Agencia Internacional de la Energía.

how save money

Fuente: IEA (2022).


Tiene sentido este posicionamiento de la IEA, ya que esta nació con propósitos de seguridad energética para los países de la OCDE tras la crisis del petróleo de 1973 (consecuencia de otra guerra, la de Yom Kippur en Oriente Medio). Sin entrar aquí en detalle, pueden señalarse ciertas similitudes y diferencias entre ambas crisis energéticas, pero vincular la situación actual con los acontecimientos históricos de los setenta ayuda a entender como la geopolítica de la energía impacta de forma muy directa en nuestras vidas.


Jaime Menéndez

Jaime Menéndez

Jaime se unió en 2015 al Instituto como investigador predoctoral del Lab de Energía, donde ha participado en los proyectos "Transiciones Energéticas e Industriales" y “Tecnología, Transporte y Eficiencia”.

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