En un contexto como el actual, la preocupación por la energía parece haber permeado la opinión pública y la cultura. Afortunadamente. Ya se había comentado en este blog que la guerra en Ucrania había asentado el debate sobre el binomio energía y geopolítica, que en un principio puede parecer lejano para la ciudadanía, pero que en realidad es determinante para el día a día de las personas.
Ahora, a comienzos de 2023, hasta en gala de los Premios Goya ha quedado en evidencia que la cuestión energética juega un papel cada vez más importante en el imaginario colectivo. Este año se ha dado la coincidencia de que dos de las películas con más nominaciones giran en torno a una aparente disyuntiva: la elección entre el desarrollo de energías renovables y la conservación del medio rural.
Por un lado, Alcarràs (Carla Simón, 2022) tiene lugar en la localidad homónima de Cataluña, donde la familia Solé se resiste a la instalación de un parque de energía solar en la tierra en la que llevan cultivando melocotones desde hace décadas. Por otro lado, As Bestas (Rodrigo Sorogoyen, 2022) contrapone dos visiones sobre la vida rural cuando los habitantes de un pueblo de Galicia están divididos sobre la venta de terrenos para la construcción de un parque de energía eólica.
Casualidad o no, y aunque las energías renovables no son la parte central de los guiones y As Bestas ha tenido un mayor reconocimiento que su competidora, las propuestas de Simón y Sorogoyen abordan un debate creciente pero histórico e inherente al desarrollo sostenible: conciliar los avances sociales y económicos con la protección de los patrimonios natural y cultural.
Es más, la cuestión adquiere categoría de paradoja si se incorpora el reto de descarbonizar la economía a un ritmo lo bastante rápido como para mitigar los efectos del cambio climático. Es decir, partiendo de la premisa de la protección del capital natural y cultural, ¿son las medidas tomadas suficientemente contundentes para abordar el mayor desafío medioambiental de la historia de la humanidad? o, por el contrario, ¿podemos incurrir en una “sobreprotección” con efectos contraproducentes?. Dado este dilema, parte de la crítica acierta al señalar una de las imágenes más potentes de As Bestas como una metáfora quijotesca en la que el protagonista, pequeño y lleno de dudas, contempla una imponente incertidumbre en forma de molino de viento.
Realmente el debate principal no versa sobre descarbonizar o no. La discusión consiste en cuáles son las alternativas o los modelos disponibles y, particularmente, quién se beneficia de las medidas adoptadas. Así, en la opinión pública y en la discusión académica emergen conceptos como transición justa, despoblación rural, contaminación visual, NIMBY (not in my backyard), decrecimiento, colonialismo energético o extractivismo, entre otros. Son distintos enfoques o visiones críticas sobre la transición energética que se entrelazan en una discusión más amplia y global, no solo sobre el despliegue de fuentes de energía, sino integrando también la obtención de recursos (como los minerales críticos para la transición energética), el desarrollo de infraestructuras o la movilidad. Estas perspectivas sugieren que el apoyo social a la transición energética no es homogéneo y puede estar condicionado por factores diversos. Su reflejo en la cultura popular, como en las mencionadas películas, indica que el debate está vivo y que puede complicar la descarbonización de la economía.
Motivada (en parte) por esta potencial brecha entre la sociedad y la transición energética, la Unión Europea impulsa desde 2018 la figura de las comunidades energéticas. Estas son nuevas formas de organización de actividades energéticas (generación, almacenamiento, consumo…) orientadas a apoyar la transformación de los sistemas energéticos tradicionales en nuevos sistemas caracterizados por la penetración de las energías renovables, una descentralización progresiva de los recursos energéticos, un papel protagonista y activo de los consumidores y un conjunto de actividades innovadoras relacionadas con la gestión de la energía, entre otros.
Uno de los puntos más destacables de las comunidades energéticas, tal como las define la legislación europea, es que específicamente priorizan los beneficios medioambientales, económicos o sociales a la ciudadanía y/o a las zonas locales donde opera, evitando así primar la rentabilidad financiera (lo que no implica que sean incompatibles). Algunos ejemplos pueden ser la reducción de la factura de la luz, la lucha contra la pobreza energética o el apoyo a instituciones que realizan labores sociales (escuelas, asociaciones, etc.). Con este enfoque fundacional, las comunidades energéticas buscan actuar como eslabón entre sociedad y transición energética y reforzar el apoyo y la involucración activa de la ciudadanía para el desarrollo de energías renovables.
Dado el interés en auge por esta figura, hace unos meses publicamos en Orkestra un estudio sobre casos de estudio de comunidades energéticas, analizando ocho proyectos puestos en marcha en España (cuatro de ellos en Euskadi) y otros ocho en otros países europeos. Se trata de un ámbito que ha ido evolucionando rápidamente desde su publicación, como ejemplifica la reciente ampliación del límite geográfico del autoconsumo colectivo.
La siguiente figura del informe muestra una conceptualización simplificada de los principales puntos que definen a las comunidades energéticas (4 pilares) y algunas características de interés. Cabe destacar que estas:
1) presentan alto potencial de innovación (digitalización, agregación de la demanda, aporte de flexibilidad al sistema, etc.), tanto tecnológica como social;
2) constituyen un nuevo horizonte para la red eléctrica inteligente (smart grids);
3) y posibilitan la integración de distintas formas de energía (e.g. biogás, hidrógeno) y sectores (e.g. movilidad).
Una de las principales conclusiones es que existe un amplio y creciente abanico de modelos de comunidades energéticas, muchos con una clara aplicación en el entorno rural y en pequeñas localidades. Teniendo en cuenta que estas entidades buscan hacer partícipe a la ciudadanía en el despliegue de energías renovables y generar beneficios para la misma, tal vez una comunidad energética hubiese ayudado a conducir el debate en Alcarràs o en As Bestas.
Pero solo tal vez. Hay que tener en cuenta que las comunidades energéticas no son fórmulas mágicas, como nada lo es en el reto de mitigar el cambio climático. Hablamos de ofrecer opciones para mejorar el equilibrio entre desarrollo sostenible y una urgente descarbonización. Pero los desafíos medioambientales se construyen sobre otra serie de desafíos socieconómicos y demográficos a su vez complejos. Lo muestra de manera cruda un diálogo en As Bestas entre Antoine (Denis Ménochet) y Xan (Luis Zahera), cuando uno defiende el disfrute de una vida sencilla en el pueblo (su «hogar») y otro aspira a mejorar económicamente (dejar de ser unos «desgraciados»). Ambas visiones son igualmente legítimas y, en el fondo, no tienen nada que ver con más o menos renovables. Una señal de que la diversidad de ese mundo rural gallego (y de la sociedad en general) no cabe ni en cien películas (o cien posts de blog).
Lamentablemente, la acción climática nos obliga cada vez más a escoger y, no en pocas ocasiones, a aceptar que la urgencia de la descarbonización requiere asumir un impacto para evitar a posteriori otro mayor. Esto no es excusa, sin embargo, para obviar que la pérdida de biodiversidad es otra gran crisis pareja a la climática, por lo que la aceleración (necesaria) de la acción climática entraña también riesgos si no se prima la eficiencia y si la regulación y la supervisión reducen su efectividad.
Resulta así innegable que todas las voces merecen ser escuchadas y atendidas. Por eso celebro que el cine nos haga reflexionar y nos plantee preguntas como estas. Siguiendo con la reflexión de A. Izualin y M. J. Aranguren, creo que un buen propósito para este año (y sucesivos) es seguir apoyando la cultura, de manera que esta siga planteándonos dilemas y dando voz a quien no la tiene.
Jaime Menéndez
Jaime se unió en 2015 al Instituto como investigador predoctoral del Lab de Energía, donde ha participado en los proyectos "Transiciones Energéticas e Industriales" y “Tecnología, Transporte y Eficiencia”.