Las mujeres somos la mitad de la población del mundo, sin embargo, tomamos conciencia de lo que significa ser mujer una a una en formas que son únicas, personales e intransferibles. Días como el 8 de marzo ayudan a interpretar cada uno de estos caminos como parte de una misma historia. Este post está basado en mi propio proceso de concienciación en el contexto de la investigación acción para el desarrollo territorial, una metodología de investigación que llevamos más de una década desarrollando en Orkestra- Instituto Vasco de Competitividad. La historia completa está publicada en acceso abierto como un capítulo de un libro sobre esta aproximación.

Mi toma de conciencia sobre mi lugar en la investigación acción es un proceso inacabado y compartido. Conocer quién somos puede parecer algo evidente. Sin embargo, y aunque parezca extraño, es algo que no siempre podemos alcanzar solas. Este post está basado en una experiencia de autoconocimiento facilitada por Hilary Bradbury

Antes de conocer a Hilary, había leído en la tesis de Annemarie E. Groot que “las mujeres en particular se sienten atraídas al arte de la facilitación”. Había escrito, además, junto a Pablo Costamagna, un libro sobre actores facilitadores del desarrollo territorial, en el que la invisibilidad de las personas facilitadoras se plantea como un problema relevante. Sin embargo, en mi cabeza no había establecido la conexión entre estos dos puntos.

Cuando abordé el tema de la invisibilidad con Hilary, me propuso pensar sobre ello en términos de género. No seguí su consejo de inmediato, me daba miedo desarrollar un discurso que pudiera herir a compañeros muy cercanos. Sin embargo, empecé a fijarme en quién jugaba los roles de actores territoriales y facilitadores en nuestro principal proyecto de investigación acción. Los actores territoriales son aquellas personas que reflexionan, deciden y actúan en el desarrollo territorial. Las personas facilitadoras son las que generan las condiciones para que los actores puedan reflexionar, decidir y actuar. Me tomo aquí la licencia de simplificar estos roles diciendo que los actores son los que hacen el desarrollo territorial y las personas facilitadoras las que cuidan a los actores para que puedan hacer el desarrollo territorial de forma eficiente. Nuestro equipo en este proyecto está formado por ocho personas investigadoras, cinco de ellas trabajando directamente en la facilitación de actores políticos (políticos electos o funcionarios), las cinco son mujeres. Desde 2009 hemos trabajado en este proyecto con trece actores políticos. Todos son hombres.

Los números me hicieron pensar que, después de todo, quizá merecía la pena seguir explorando el tema de género. Así que empecé a leer sobre este tema. Descubrí en esta literatura dos tipos de comportamiento que se clasificaban como femenino y masculino. Se habían categorizado después de observar el comportamiento de hombres y mujeres. La relación de las mujeres con el estilo femenino (y la de los hombres con el estilo masculino) era estadística. Es decir, las mujeres tienden a tener un estilo femenino y los hombres un estilo masculino, pero no lo tienen necesariamente. El estilo femenino estaba definido por las emociones, el cuidado y la búsqueda del crecimiento propio a través del bienestar de los demás. El estilo masculino se definía por la racionalidad y la objetividad, y la búsqueda del propio crecimiento a través de la separación y la individuación.

Se podría pensar que estos roles son complementarios siempre que se elijan libremente y sean igualmente valorados. Pero, ¿lo son?. Continué mi exploración con esta nueva pregunta en mente. En nuestros proyectos, no era difícil relacionar a los actores del desarrollo territorial con el estilo masculino y la facilitación con el estilo femenino. Nuestras estadísticas confirmaban lo que había leído: cinco mujeres con roles femeninos y trece hombres con roles masculinos. ¿Por qué esto me inquietaba? Porque estos dos estilos no conviven en términos de igualdad. Nuestros procesos de investigación acción se desarrollan en el marco de dos tipos de organizaciones, la universidad y los gobiernos, en los que prevalecen los valores masculinos. Aquí es donde pude conectar los dos puntos: en contextos en los que la racionalidad y la objetividad representan profesionalidad, y las emociones y el cuidado se consideran simplemente características de nuestra personalidad, el trabajo femenino se invisibiliza. La estrategia y el liderazgo sólo se reconocen en el ámbito de lo racional y objetivo; cuando se desarrollan con un estilo femenino, desde lo emocional y desde el cuidado, se interpretan como gestos amables atribuibles al carácter servicial de quien los realiza. Conectar género e invisibilidad me ayudó a entender la manera sutil, y aún así sistemática, en la que lo femenino se invisibiliza.

Hubo un libro, en esta etapa de mi concienciación, que me ayudó especialmente a unir los puntos. Es un libro de Joyce K. Fletcher titulado Disappearing Acts, que podríamos traducir como actos de desaparición. En el mismo la autora describe procesos cíclicos en los que las mujeres utilizan un estilo femenino porque creen que es el más efectivo para solucionar los problemas de su organización. En la medida en que su estrategia y liderazgo se interpretan en términos de amabilidad, cortesía e incluso debilidad, se cansan y se rinden. Sin embargo, ellas todavía creen que el estilo femenino es el más eficiente, y cuando recobran energías vuelven a intentarlo. Permanecen atrapadas en estos procesos cíclicos de intentos y rendiciones.

En mi proceso de reflexión con Hilary, descubrí que yo misma tenía tanto un estilo femenino como masculino. Descubrí mi dimensión masculina en el ámbito académico, en el que, tras años de estar publicando con otros autores, decidí hacerlo sola. Un ejemplo de crecimiento a través de la individuación. Me volví visible de una manera que no había experimentado con anterioridad. Me invitaron a ser parte de los comités editoriales de dos revistas de mi campo y a unirme a redes internacionales en las que pude compartir mi visión sobre la investigación acción. Sin embargo, como las mujeres del libro de Fletcher, en mi faceta de facilitadora (que considero mi principal aportación al desarrollo de nuestro territorio), sigo atrapada en ciclos eternos de intentos y rendiciones.Creo que los complejos problemas que tenemos como humanidad necesitan que el estilo masculino y el femenino se retroalimenten. Esta retroalimentación requiere primero que el estilo femenino sea reconocido como estratégico. También requiere que se le reconozca su fortaleza al liderazgo en femenino, sin que se devalúe su profesionalidad al catalogarlo como amabilidad o debilidad. En este camino, hoy 8 de marzo, es un día para recordar que la gran mayoría de personas atrapadas en los interminables ciclos de intentos y rendiciones descritos por Fletcher somos mujeres.


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Miren Larrea

Miren Larrea es investigadora sénior de Orkestra. Comenzó su carrera profesional como ayudante de investigación en la Universidad de Deusto, donde realizó su tesis doctoral sobre los sistemas productivos locales de la Comunidad Autónoma del País Vasco.

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